Los muchachos sacaban con entusiasmo y sumo cuidado del nicho, los restos, que según los expertos, pudieran ser de uno de los más grandes literatos de la historia. Había tal expectación con el hallazgo que no se reparó en gastos. Presupuestos desorbitados para reunir al mejor equipo, extraer, analizar, comprobar y depositar tan geniales reliquias, en caso de serlo, en un lugar digno de tan ilustre figura. Por supuesto, las máximas autoridades ya contemplaban la posibilidad de darle un abrillantado, algo así como un merecido recordatorio, a la extensa y olvidada obra del ilustre, que acumulaba telarañas en los anaqueles de las bibliotecas vacías de gente. El proceso era portada en todos los diarios y abría los noticieros como si Jesucristo hubiera decidido bajar de los cielos a saludar a sus paisanos. Se hacían eco en todos los colegios, institutos y universidades, como si los huesos del Príncipe de los Ingenios pudieran dotar con su mera presencia de sensibi...