Aquellos tres hombres solo querían hacer pís, lo normal después de llevar unas horas acodados en la barra, pero yo ya había fregado los baños porque iba a cerrar el bar y no les dejé pasar, así que se fueron refunfuñando mientras seguían con la bromita de llamarse entre ellos Melchor, Gaspar y Baltasar, que maldita gracia me hacía, si es que lo hacían para que me hiciera alguna gracia. Pero al ir a barrer entre los taburetes, la escoba empezó a acumular un polvillo dorado, una arenilla grisácea y unas piedrecillas que desprendían un olor muy peculiar. Me quiso dar un vuelco el corazón al pensar que pudiera ser oro, incienso y mirra, porque, quién sabe, una se cruza con tanta gente al cabo del día sin prestarle atención, que bien pudieran ser los famosísimos Reyes Magos y yo no haberlos reconocido, ya que estaba claro que iban de incógnito, sin coronas, sin capas ni séquito, con vaqueros y jerseis de lana, y unas barbas que no llamaban la atención porque ultima...