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OTRA HOJA DE LAUREL

  Para todo aquel que dedica su tiempo con pasión a lo que hace, el más mínimo reconocimiento de su obra representa un gran logro, porque es mucho más que una manera de expresarse, es una manera de llegar hasta una fibra sensible oculta en algún lugar que hace saltar los resortes de los engranajes más meticulosos.
   Y eso es lo que ha pasado con El siervo de Ulíses, como ya pasó con mis Historias Incontables publicadas en un libro por el certamen Gustavo Adolfo Becquer, o mi Historia de un Rey Mago publicado por el periódico La Voz de Almería. Esta vez ha sido gracias al periódico Ideal que otro de mis relatos ve la luz más allá de mis folios, y ciertamente la alegría reciente siempre supera a las anteriores. Por eso he colocado otra hoja de laurel en lo que algún día pueda llegar a ser una corona.



  El siervo de Ulíses
  
  Ulíses lloraba  abatido, sentado sobre una roca, mirando hacia el mar. Céfiro le soplaba a la cara, despeinando sus blancos cabellos, y desde el Olímpo, Zeus recriminábale sus pérfidas acciones.

  -Ulíses, Ulíses... ¿qué has hecho de tu vida?¿en qué te ha convertido Penélope?¿qué ha sido de Itaca, tu tierra adorada?¿para ésto ha servido tu regreso? Tantos años vagando por tierras lejanas, soñando con tu venganza, y lo primero que haces es convertir a Telémaco en agente inmobiliario, expropiarles las tierras a los padres de los famosos pretendientes, tus enemigos, y vendérselas a paganos extranjeros que construyen templos de avaricia, perversión, ignorancia y perdición. Si no fuera porque soy griego, omnipotente y omnipresente, antiguo como yo solo, y conozco el destino de la humanidad... te diría que has convertido Itaca en Sodoma y Gomorra, y seguramente te convertiría en estatua de sal... como a una tal... creo que no se mencionará nunca su nombre, bueno, olvídalo, tú nunca llegarás a conocer esa historia... A lo que iba...

   Ulíses escuchaba asombrado, casi asustado, porque no sabía muy bien a dónde quería llegar a parar el todopoderoso Zeus con aquella diatriba que no entendía. Pero es que, si él ya era mayor, cómo no lo iba a ser mucho más Zeus. Seguramente la demencia senil ya empezaba a corroerle los sesos.

   -...que todo el mundo pasa de mí, y no está bien que a tí te paguen tasas e impuestos, y para mí no haya ni el más mínimo detalle... Que me voy a enfadar y voy a liar una como no se ha visto nunca...
   
  -Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Los tiempos han cambiado y ya nadie venera a los dioses...

   -Pero Ulíses, hijo mío ¡si tú eres el primero que no me respeta!

   -¡Tú tampoco me respetas a mí! Siempre he estado bajo el designio de tus caprichos, siendo tu bufón durante veinte largos años, sufriendo calamidades por tu gracia y obra. Si me dejé llevar por los deseos de mi amada esposa, por el color dorado de las monedas de oro, no te sorprendas de mis codiciosos pecados. O ¿acaso no sois los dioses los que tenéis licencia para cometer actos mucho más ignominiosos, en nombre de no sé qué poderosas razones, cuyas normas habéis inventado para someternos bajo vuestro tiránico yugo?

   -Ulíííses, que empiezo a perder la paciencia...

   -¡Anda ya! Si el único que todavía sacrifica las mejores cabezas de su ganado, ofreciéndote magníficos holocaustos, soy yo. Esta es la razón de mi pesadumbre. Todavía no te has enterado que ya nadie cree en tí. Ya nadie teme tu rayo poderoso; tu ira ya no desata el pavor entre los mortales. La era moderna ha devorado a los Cíclopes, a las Musas, a los Titanes y a los Héroes. Ya no existe el Olimpo, ni los néctares ni las ambrosías. Adiós a Psique y a Eros; Atenea, Apolo y su carro de fuego; Afrodita, Aquiles, Prometeo...

   Ahora era Zeus el que escuchaba atónito y cabizbajo.

   -Ulíses, perdóname. ¿Tan mal lo he hecho?

   -Estás perdonado. Hace mucho tiempo que te supe derrotado, pero me costaba tanto decírtelo, que preferí mantenerte en la inopia, conservándote poderoso y grande dentro de mi corazón. Y así es que gracias a mi estúpida piedad, todavía te llamas Zeus, eres el dios de los dioses, y me gritas, me castigas, me condenas...

   -No volverá a pasar, pero por favor... ¡no me abandones!¡No destierres al olvido nuestros nombres, nuestras miles de historias!¡Yo me convertiré en tu siervo, pero no me ignores!

   Las súplicas del anciano conmovieron aún más a Ulíses, que siendo conocedor de la cruda realidad que les rodeaba, solo se le ocurrió consolar al pobre viejo con las siguientes palabras:

   -Venga, venga, no llores más y disimula soltando algún rayo de esos que aún te quedan. Que si no, no va a haber un dios que te respete...
    

  

  

Comentarios

  1. Me encanta! Me encanta ese puntillo malicioso y sútil, metafórico, al utilizar el Olimpo como escenario para crear un diálogo que encaja tan bien en el presente. Enhorabuena de la buena.

    ¿Puedes colgar los otros textos a los que te refieres?

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