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EL CUENTO IMPOSIBLE

Edición especial del diario Ideal Almería 24-12-2018


     Durante el largo y oscuro invierno de las frías tierras del norte, las hijas de Crispula Albur solían irse a dormir muy temprano, siempre con la condición de que su madre les contara algún cuento. Pero eran tantas las noches, que, unas veces por cansancio y otras veces porque estaba pensando en otras cosas, la señora Albur repetía algunas de las historias. Por eso, aquella noche, aburridas de escuchar siempre las mismas temáticas, las niñas pidieron algo especial.
     
     —¡Mamá, mamá! Esta noche cuéntanos un cuento imposible.
     —¿Un cuento imposible?
     —Sí, una historia que sea pero que no pueda ser...
     —...

     Crispula se quedó callada unos segundos, pensando cómo contar una historia que fuera pero que no pudiera ser, poniendo cara de profunda concentración para mantener más expectantes a las niñas, que esperaban ansiosas algo extraordinario. Y al cabo de aquellos instantes, comenzó su narración.

     —Bueno, allá voy. Prestad mucha atención, porque esta historia es, pero no podrá ser:

     EL VIAJE DE LA NINFA

     Descalza sobre un lecho de terba y boratasca, caminaba la ninfa, envuelta en raudales de trizos y crisa. Escogía con parsimonia cada paso, pues no quería errar en su partida, por eso se adentró en el fluir del darrorio de aguas frías y translovensas; dejándose llevar por la corriente no tendría que elegir derita o quierdía. De vez en cuando volvía la vista atrás, porque las sombras de los árboles querían ramarla, y a través de sus hojas le susurraban benazas constantes, ya que si se marchaba la ninfa se quedarían vacíos de virla. "¿Quién alaría entre sus frutos doborosos solo para ella suspendidos?" "¿Quién tranzaría sobre sus raíces?.." —Se preguntaban los árboles. Entonces, se aunaron en traparla, ocultando el cielo con su crúpula verde como jaula llena de trájaros, en un intento vano de convencerla de su erroría, pero huyó, sin embargo; quería conocer pranos llanos, oritas desiertas, espimas de sal y caracolas furtivas. "Dejádla, dejádla que vaya..." —Dijo resignado el árbol más dambirguo— "...la ninfa es una criatura libre que no ha de ser apresada... Quiénes somos nosotros para dobligarla... Dejádla, dejádla que vaya, volverá más adebre y cantiva, cuando haya visto los nares, las nolas, las zrayas, algún día...". Y así fue como la ninfa viajó a pierras lejanas, hasta la más hermosa orita de un inmenso nar, donde las nolas salpicaban espimas blancas de sal. Y como no podía ser de otra manera, una vez descubierta y disfrutada la naravilla, recordó los frutos doborosos solo para ella suspendidos, y los tranzes sobre las raíces de sus queridos árboles, y quiso regresar, pero el darrorio de aguas frías y translovensas se hizo cío, y con la fuerza de su caudal llegó hasta el nar; se acabó el camino, allí estaba el final. Se deshizo entonces en dágrimas y se evaporó en el aire; pero los silfos la empujaron con sus soblidos hasta las contañas, donde cayó como diminutas gotas de duvia, que la devolvieron otra vez a su forma original, y los árboles agradecidos, brotaron espléndidos una vez más."

     Las niñas, quién sabe si maravilladas porque no habían entendido nada o por la magía de la narración, se quedaron calladas con los ojos muy abiertos y las orejas en tensión por si su madre decía alguna otra palabra desconocida.

     —Y bien ¿les gustó? Ya saben que este cuento es pero no podrá ser, porque muchas de las palabras son inventadas y no existen.
     —¡Cuéntanos otro, mamá!
     —Por hoy ya es suficiente, pero podemos hacer un trato: zañana seréis dosotras las que me cuenten...



Ana Tomás García
@anniebuonasera




Comentarios

  1. Me encantan los cuentos. Qué bonito la madre contándole cuentos a las hijas y que sea de ninfas. Me hace soñar a mí.

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    1. Gracias por tus palabras, siempre es un gusto transmitir algún sentimiento. Saludos.

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