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IMPOSIBLE ESCAPAR




     Recuerdo que en el silencio de la noche, a través de los susurros helados del viento, oí como pequeños repiqueteos de uñas golpeando el cristal de la ventana de mi cuarto. No presté mucha atención pues la fiebre me llevaba a un estado de delirio tal que no era dueño de mis fantasías ni de mis tormentos.
     Aquel sonido constante martilleaba mi cabeza de manera insistente como si un alma desesperada se aferrara a la esperanza de llamar mi atención para acudir en su auxilio, pero la hora de mi marcha había llegado y con el último estertor se apagó mi vida sobre el mullido lecho, alumbrado por débiles pavesas que llenaban la estancia de sombras temblorosas y macabras. 
    Escuché los llantos y los sollozos de las personas que me asistían y al ver cómo mi rostro se relajaba dejando colgar mi mandíbula, desistí de repiquetear con mis uñas en el cristal de la ventana en un intento vano de recuperar mi cuerpo, pues ya era tarde y me fundí, de manera inevitable, con la niebla gélida de la madrugada, perdiéndome para siempre en una nebulosa de muertos que vaga invisible sobre la tierra y de cuya condena, por mucho que se intente, es imposible escapar.


                                                                                                Ana Tomás García
   

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