Mi artículo para el diario digital Almería 360 EL HELADO DE FRESA Y EL CHARCO DE BARRO
El contraste a veces es tan brutal que no puedo sentir
indiferencia. Es como ver un helado de
fresa y un charco de barro; para unos el mundo, independientemente de todo lo que
le rodea, es una fiesta, y para otros, a su pesar, es un puñetero infierno. Y
resulta que todos estamos en el mismo. Es como un teatro, cada persona tiene su
escenario y vive su realidad paralela a todo lo demás.
Hace unos días leí el llamamiento de una madre, en un grupo local, a
todo aquel policía, o agente municipal, que leyese sus líneas, o personas que
conocieran a alguno, que quisiera prestarse a felicitar a su hijo de tres años
por su cumpleaños porque le hacía mucha ilusión. La chica lo pedía amablemente,
con la candidez de una juventud ajena a la realidad de la vida, con la ternura
con la que una madre quiere satisfacer cualquier capricho de su hijo porque es
lo que más adora en el mundo, siguiendo en la estela que se produjo cuando en
pleno confinamiento surgió de manera espontánea el alegrarle los días a los niños, que fueron uno de los
colectivos más castigados.
Y no es que me pareciese mal, es que me paré a pensar en qué grado de
realidad vive alguna gente. Para empezar, desde mi modesta opinión, no creo que
la policía esté para felicitar cumpleaños a nadie, como también entiendo que
hay hechos puntuales o situaciones extraordinarias en las que hacerlo es un
gesto maravilloso y encomiable. Y en segundo lugar, creo, y sigue siendo mi
modesta opinión, que no deberíamos educar a los hijos en la creencia de que todo
el mundo está a sus pies. Que no todo está bien porque lo deseen; que cada
acción, o cada gesto, tiene su importancia, que no es lo mismo estar encerrado
durante dos o tres meses, o ser un enfermo, que corretear sano por la calle, la
playa o el campo libremente, por ejemplo. Que todo no es helado de fresa, que
en el mundo hay muchos charcos de barro, que la deriva de la vida no sabemos
nunca a dónde nos lleva, y que todos debiéramos ser educados para ser, al
menos, un poco más fuertes, y no para tener un berrinche porque el policía no
viene a casa a cantar cumpleaños feliz.
Termino. Hay millones de niños en el mundo que no saben lo que es un
cumpleaños, o no pueden celebrarlo, y no lloran precisamente por estupideces. A
veces ni lloran. Chimpúm.
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