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Poniente puñetero

   El viento de poniente es puñetero. Aparece de repente y enloquece. Sopla y sopla cada vez más fuerte, levantando polvaredas que atestan el aire. Los que somos de este  rincón de terregales, de esta esquina árida y desértica propiedad de lagartos y chumberas, donde el viento de poniente se lleva nuestra propia sombra, sabemos lo que es esto; hasta las olas del mar se lleva, dejando la playa rasa como una balsa de aceite.

     Algunos días, porque sí, levanta olas enormes, pero en el mar de plástico. Esos días, no es que sean unos días excepcionales, porque los temporales de poniente son frecuentes y muy conocidos por la zona, es que esos días el grado de furia es superlativo, y si no da tiempo a cerrar bandas en los laterales de los invernaderos, se crean corrientes de aire brutales en los interiores que revientan las cubiertas de plástico, haciéndolas primero ondear, dando fuertes sacudidas, y elevando después jirones de varios metros por encima de los techos, como velos de novia, o como mortajas que envuelven a los fantasmas de los invernaderos muertos. Se pueden ver volando, arrastrados por la ira inmisericorde del viento, sobre las casas, atravesando carreteras, solares y charcas. Desubicados, desahuciados, vagando sin dirección, entorpeciendo y estorbando, ensuciando y causando daño. Pero si hay algo verdaderamente aterrador, es el sonido de las ráfagas atravesando las estructuras desnudas, como silbidos terribles e insistentes de criaturas desvalidas sometidas al antojo de las inclemencias, que no dejan de sonar hasta que el puñetero viento de poniente cesa, dejando un panorama desolador y terrible, decorando árboles, matorrales y antenas con el gusto de un caprichoso que hace uso de los restos del desastre.

     Luego la calma, y con la calma los lamentos y el esfuerzo titánico de luchar de manera constante contra los elementos; el sol luce indolente,  partiendo las piedras del desierto, y las chicharras toman el mando mientras se reparan otra vez los invernaderos, como si todo formara parte de la misma trama; la piel ennegrecida de los hombres, sobre los esqueletos de alambres y  hierros, dan puntadas a los vestidos nuevos, como sastres metódicos que sudan la gota gorda para que no queden hilos sueltos. Ya no digo nada de recuperar la cosecha quemada por los soplidos infames, con un poco de suerte es posible recoger los frutos, y en el peor de los casos darlo todo por perdido, intentar flotar en la ruina y empezar de cero.

     Así es el campo por estos parajes desérticos. Así se divierten los dioses mandándonos tormento. No hay encanto, ni amaneceres bonitos, hay un huerto enorme bajo techo que se ve desde lo más alto del cielo. Y así se lidia con el poniente puñetero.


Ana Tomás García

@anniebuonasera




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