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EL INOLVIDABLE, EL IRREPETIBLE, EL ÚNICO

 

     Cuando llegó el orador no serían más de las doce del mediodía de un sábado cualquiera del mes de julio. Se subió a la tarima que había preparada para las fiestas, con su traje de lino blanco y su panamá y tocó insistente un silbato hasta que logró llamar la atención de todos los vecinos, que una vez congregados, cuchicheaban curiosos sin saber a qué venía aquello, y entre ellos, mis amigos y yo, que no éramos más que unos jovenzuelos dispuestos a abuchear al sujeto o a lanzarle algún tomatazo en caso de no resultar convincente en su discurso. Y cuando menos nos lo esperábamos, soltó a voz en grito como un preludio, con mucha solemnidad, elevando la cabeza y un brazo como si clamara al cielo: “¡El veraaano!.. es aquello que se espera durante todo el laaargo y frío invierno… ¡Es la caricia del soool a orillas del mar!.. y no la chicharrera que cae a plomo en mitad de los secarrales… Es la arena de la playa donde las muchachas y los muchachos comparten esterillas para tumbarse a todo lo largo y las familias reparten las fiambreras llenas de tortilla de patatas y filetes empanados bajo las alegres sombrillas, y no los bancales cuarteados del terruño ni los parrales llenos de avispas… Es el vestido de flooores vaporoso y las camisas estrambóticas, las sandalias y los cócteles, los helados de pistacho, de fresa y de limón… Las verbenas continuas, las madrugadas eternas en los clubs y las discotecas… Es la juerga ininterrumpida, la paella, los espetos, las gambas a la plancha… ¡El veraaano, amigos míos, no está tan lejos!.. es una bicicleta, una Vespa, un Seiscientos, el autocar mismo, serpenteando entre los campos de trigo hasta llegar a las bonitas urbanizaciones de apartamentos con piscina, a los hoteles y los campings, un paseo de nada, el paraíííso a un paso, la modernidaaad, la alegrííía… ¡Amigos míos!.. no pierdan el tiempo, el verano está en Santa Estrella del Mar, en la carretera nacional siete, tomando la bifurcación a la derecha a la altura de Pedrales de Miranda. A las buenas tardes y queden ustedes con dios.”.

   El orador se bajó del escenario y se marchó, dejando un silencio sepulcral tras de sí y decenas, si no cientos, de preguntas martillando en nuestras cabezas. Qué serían las camisas estrambóticas, los cócteles, el pistacho, las discotecas, los espetos… A la mañana siguiente, mis amigos y yo, nos montamos bien temprano en las bicicletas, con algunos dineros en los bolsillos, dispuestos a descubrir dónde se escondía aquel verano maravilloso. Y lo descubrimos después de varias horas pedaleando. Una playa preciosa llena de gente que reía en bañador; calles frenéticas llenas de tráfico, olor a sardinas, edificios por todas partes como de otro mundo… Descubrimos lo que supusimos era el futuro, y a fuerza de viajes en bicicleta  fuimos aprendiendo lo que eran las camisas estrambóticas, los cócteles, el pistacho, las discotecas, los espetos… También descubrimos que el orador no era si no un tipo al que algunos empresarios pagaban por ir por los pueblos perdidos a dar la buena nueva de las excelencias de la costa y a abrirle los ojos a la gente joven que caía rendida y fascinada, y que trabajaba en una compañía de cómicos que actuaba al aire libre y hacía horas extras como camarero en un restaurante. También tengo que decir que para ahorrarnos los desplazamientos nos buscamos un trabajo que a la vez nos subvencionara porque gratis no había nada, y a pesar de todo, qué verano aquel. Fue el verano, simple y llanamente, el verano en mayúsculas, el verano que marcó nuestras vidas, el inolvidable, el irrepetible, el único en su especie… Sí, aquel fue un fantástico verano.


Ana Tomás García

@anniebuonasera



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