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DE INCÓGNITO

      Aquellos tres hombres solo querían hacer pís, lo normal después de llevar unas horas acodados en la barra, pero yo ya había fregado los baños porque iba a cerrar el bar y no les dejé pasar, así que se fueron refunfuñando mientras seguían con la bromita de llamarse entre ellos Melchor, Gaspar y Baltasar, que maldita gracia me hacía, si es que lo hacían para que me hiciera alguna gracia. Pero al ir a barrer entre los taburetes, la escoba empezó a acumular un polvillo dorado, una arenilla grisácea y unas piedrecillas que desprendían un olor muy peculiar. Me quiso dar un vuelco el corazón al pensar que pudiera ser oro, incienso y mirra, porque, quién sabe, una se cruza con tanta gente al cabo del día sin prestarle atención, que bien pudieran ser los famosísimos Reyes Magos y yo no haberlos reconocido, ya que estaba claro que iban de incógnito, sin coronas, sin capas ni séquito, con vaqueros y jerseis de lana, y unas barbas que no llamaban la atención porque ultimamente todo el mundo se ha vuelto hipster. Pero la ilusión me duró poco al comprobar que aquellos residuos no eran sino brillantinas y caramelos machacados; casi me doy cabezazos contra la barra por gilipollas, y es que a una también le hacen ilusión estas cosas y le gusta pensar que, alguna vez en la vida, algo así pase. La cuestión es que esta mañana, al abrir las persianas, sobre la barra del bar había un gran saco de carbón, y ahora, ahora ni ilusión ni leches, ahora lo que sí que estoy, a mi edad, es acojonada.


Ana Tomás García

Comentarios

  1. Hola, Ana: He llegado desde ENTC. Me ha encantado tu relato de los Reyes Magos; ver cómo la protagonista pasa de la ilusión al miedo ante un hecho que se escapa a lo que entendemos por lógica. Un saludo.

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    1. ¡Hola! Gracias por pasar. Me alegra mucho que te haya gustado el relato. ¡Saludos!

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