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ESO QUE TODOS LLAMAN FELICES FIESTAS



     El pedido lo hice unas dos semanas antes, solo porque la proximidad de las fiestas parecía empujarme a ello. A lo tonto, tonto, me vi abocado en un maremágnum de páginas de venta online de productos que me hacían salivar y verme rebozado en mantecados de Estepa y embutidos de Teruel, y por eso,  haciendo un gran sacrificio, empleé una muy considerable suma de dinero en todo aquello que creí indispensable en aquel momento de subidón. Que si jamón ibérico, que si queso manchego, que si lomo embuchado, que si torta imperial, polvorones y mazapanes; que si un Ribera del Duero, un Rioja y un Albariño... En fin, todas esas cosas que lo devuelven a uno a su tierra cuando se está por ahí, como un triste don nadie, por esos mundos; esas cosas que inflan una ilusión perversa que al final se va desvaneciendo, porque todo eso se disfruta cuando se comparte, y estando solo, me sobró todo, y lo mismo hubiera sido que comiera cualquier cosa, como cualquier otro día, porque no hubo ningún cambio excepto en mi paladar, que fue el único que disfrutó; porque hay vacíos que no se llenan con pitanzas, y al término de la cena ahí estaba yo, con mi brazo apoyado en la mesa sosteniendo mi cabeza y mi otra mano tamborileando sobre el mantel rojo festivo,  viendo en la tele una película insulsa de polis buenos y polis malos, de esas que ponen para rellenar huecos, y durante los anuncios ya se encargó la decepción también perversa de recordarme que necesitaba unos cristales nuevos para las gafas, un teléfono y un abrigo... Menos mal que lo pensé mejor y rellené la copa unas cuantas veces, qué diantres, y ataqué la bandeja de polvorones para endulzar cualquier atisbo de amargura, pues hubiera estado bueno que desperdiciara aquellos manjares por semejantes banalidades; entoné con armonía aquello de "Hacia Belén va una burra, rin, rin..." mientras el poli malo hacía de las suyas y el poli bueno daba palos de ciego porque no tenía ninguna pista, y a partir de la cuarta copa, empezó a gustarme la película y dejé de notar los ojos cansados de intentar enfocar; y cada trocito de almendra me supo a gloria bendita y cada gota de vino a néctar de los dioses, abracé los cojines del sofá y ellos me envolvieron con la calidez de su relleno mullido. Al final no supe si el poli bueno conseguía atrapar al poli malo porque caí rendido a un sueño placentero, a pesar del atracón; eso sí, el dolor de cabeza al despertar  al día siguiente fue de órdago. 
     Y bueno, ha pasado Navidad y también Año Nuevo, y juro que me da alegría, porque hay empachos que no se curan con caldos y hambres que un empacho no alivian. Lo mejor es que de nuevo hay un año entero por delante, a ver qué tal gira la rueda, lo mismo hay una explosión solar y por fin me libro de eso que todos llaman felices fiestas.


Ana Tomás García

@anniebuonasera 



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