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LA RATA


La rata estaba bajo unas tablas, en el jardín. Yo no lo sabía, por eso esparcí los mendrugos para las tórtolas y los mirlos, como había hecho otras veces, sobre la hierba. La descubrí porque al echar una ojeada la mitad del pan había desaparecido, y los pájaros se toman su tiempo, no son tan rápidos. Me aposté tras la ventana para observar, y la ví, rauda y segura, grande y ágil, salir de su escondite para coger un trozo y llevárselo. Aproveché entonces su ausencia para recoger lo que quedaba aún, y volví a observar tras la ventana. La rata salió de nuevo con la misma rapidez y confianza, incluso diré que con la misma alegría, pero paró en seco al descubrir que no quedaba nada. Paró en seco y se irguió, atenta a cualquier atisbo que le pudiera dar una ligera pista de lo que había pasado. Parecía en shock, confusa e inmóvil. Entonces me vió. No se cómo, pero me vió. Y yo me sorprendí, al ver a la rata mirándome durante unos segundos eternos que me produjeron pavor. Volvió al escondite con la misma velocidad con la que había salido y desapareció.
No la he vuelto a ver. Tampoco echo mendrugos a los pájaros. Y desde ese día, salgo con cierto recelo al jardín.


Ana Tomás García







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