Ir al contenido principal

ALLÍ, DONDE LOS LAGARTOS


     Desde la terraza del apartamento solo se divisa el mar, de un azul espléndido, y los graznidos de las gaviotas nos suelen despertar muy de mañana. Gabriel y yo esquivamos la canícula yendo desnudos la mayor parte del tiempo, y como consecuencia, hacemos mucho el amor. El verano es eso, sudar, dormir, comer algo, el mar, hacer el amor. Gabriel y yo pasamos el resto del año en mitad de un lugar gélido y por eso en vacaciones nos vamos al sur, bajamos a la costa, a un lugar recóndito en una esquina meridional de la península. Estamos locos. En pleno verano nos dejamos caer de lleno en el desierto buscando nuestro pequeño oasis, como si fuéramos lagartos, y no nos importa el sudor, nos importa ir desnudos, la brisa en la piel, el sol, bañarnos en el mar. Hay gente que aborrece ese clima, y sí, suponemos que es para aborrecerlo, pero no nos importa.
     Allí los días son una sucesión de experiencias placenteras, sin prisas, entre arrecifes y acantilados, y la medida del tiempo lo marca el itinerario del sol, impetuoso al amanecer, dándonos esa inyección de energía positiva, implacable en las horas tórridas del mediodía, cuando invita a la siesta y a la desconexión, y compasivo al atardecer devolviéndonos a la vida.
     Algunas noches es difícil dormir, el aire denso cae sobre los hombros como una pesada manta; entonces bajamos a la playa y nos zambullimos en las aguas transparentes y quietas, como si no existiera nada ni nadie más en el mundo, tumbamos nuestros cuerpos en la orilla hasta sentir frío, amparados por la quietud de la madrugada, y volvemos al apartamento envueltos en la misma toalla, y sí, hacemos el amor y caemos rendidos en un lío de sábanas. Otras noches nos vamos de excursión, a recorrer calas a caballo y a ver las estrellas, como si fuéramos viajeros antiguos atravesando dunas y paisajes extraordinarios. Es lo que tiene ese cabo maravilloso, es como un sueño.
     Pero este año es distinto. Este año raro ha trastocado todos los planes. La sombra de un virus contagioso planea seriamente por encima del sosiego que vamos buscando, y hemos decidido aplazar el viaje por el momento, que no darlo por perdido, porque se pierden las cosas que nunca más se buscan, y no va a ser el caso. El camino, con su carretera sinuosa atravesando el paraje árido estará ahí, inamovible entre volcanes dormidos hace millones de años, esperándonos, y nosotros, como devotos peregrinos que ya no necesitan mapas, lo transitaremos en cuanto sea posible en pos de nuestros días sin tiempo, nuestro sol, nuestros cuerpos desnudos, la sal, el mar y la arena infinita de sus playas.


Ana Tomás García



     

Comentarios